
La procrastinación hace referencia al hábito de posponer algo intencionalmente o retrasar voluntariamente un curso de acción previsto aún a pesar de las posibles consecuencias negativas debido al retraso.
Distintos estudios muestran que la procrastinación tiene un impacto negativo en la vida diaria, ya que se asocia a una menor satisfacción personal y con la vida en general, a dificultades económicas, a un menor éxito profesional y a mayores problemas de salud. Algunos autores han relacionado, la han relacionado con dificultad en la capacidad de regular los pensamientos, las emociones, los impulsos y la conducta.
Específicamente, la procrastinación ha mostrado estar asociada a la impulsividad y a la presencia de pensamientos intrusivos (como la rumiación, los pensamientos recurrentes sobre uno mismo, sus preocupaciones y experiencias o la tendencia a «soñar despierto»).
Así, por ejemplo, las personas que rumian más, muestran una mayor urgencia en la actuación, dando lugar a un mayor nivel de procrastinación al involucrarse, muchas veces, en determinadas acciones para distraerse de la rumiación. Además, este elevado nivel de urgencia se ha relacionado con mala capacidad de inhibición y fallos en la toma de decisiones en contextos de carácter emocional.
Ante estados emocionales intensos, a las personas con mayor urgencia
conductual, les resulta difícil abstenerse de participar en actividades más
placenteras que las previstas, incrementado así su tendencia a procrastinar.
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