
Las relaciones personales son difíciles y, seguro, mientras hablamos de ello, habrás pensado en la interacción que tienes con amigos, hermanos, compañeros de trabajo o quizá en alguna relación romántica y en lo complicada que resulta a veces la comunicación.
Además de las expectativas, los estilos de comunicación poco asertivos, ya sean agresivos o pasivos, añaden una complicación extra a dichas relaciones. Si bien es cierto que todos hacemos uso distintos tipos de comunicación en diferentes momentos, podemos mostrar cierta tendencia hacia uno u otro.
El estilo agresivo hace referencia a un patrón con tendencia a la intimidación, mientras que un estilo pasivo, como su nombre indica, se relaciona más con conductas inhibidas que generalmente se asocian a sentimientos de frustración.
Por su parte, y el comportamiento pasivo-agresivo se manifiesta con la expresión indirecta de sentimientos negativos, conductas de resistencia a las exigencias de otras personas y tendencia a la evitación de la confrontación directa.
Una posible manifestación de este tipo de conductas es la indiferencia que, en muchas ocasiones, es el resultado de una actitud autodefensiva, para no sentirse herido o menospreciado y en otras de arrogancia o «castigo» velado hacia otra persona.
Una actitud indiferente se manifiesta con la negativa a dirigir la palabra o tratar temas importantes para la otra persona, no responder a sus preguntas o hacerlo con monosílabos, evitar el contacto, muestras de desinterés hacia la otra persona y a sus necesidades emocionales, etc.
Este tipo de conductas, en muchas ocasiones, tienen su origen en relaciones poco sanas en las que la persona se sintió especialmente vulnerable y aprendió a usar la indiferencia como estrategia de protección.
Hasta aquí bien, ya sabemos un posible origen de la actitud de la persona indiferente pero, ¿y qué pasa con la persona que sufre esta indiferencia?
Pues a día de hoy, podemos afirmar que el vacío emocional, especialmente cuando viene dado de personas significativas para nosotros, es mucho más dañino que una aversión explícita.
La falta de retroalimentación genera desconcierto e incertidumbre, reduce nuestra seguridad personal al no recibir información que nos permita
comprender qué piensa la otra persona de nuestras acciones y si es necesario ajustarla, aumenta nuestros niveles de ansiedad al tener que lidiar
constantemente con una situación en la que es necesario «adivinar» lo que la otra persona siente o piensa, y puede llegar a mermar nuestra autoestima ante el mensaje de que somos tan insignificantes como para no merecer ni siquiera una respuesta de la otra persona.
En definitiva, probablemente, la indiferencia es una actitud mucho más cruel y dolorosa que una demostración explícita de aversión. Ignorar las necesidades del otro no suele ser la mejor manera de resolver conflictos.
Si estás en uno de estos dos roles (te muestras indiferente o recibes la indiferencia de alguien significativo) y te has convencido de que realmente es necesario moverte de ese lugar, recuerda que, en ocasiones, la ayuda profesional puede venirnos bien.