
El lóbulo frontal es uno de los cuatro lóbulos cerebrales (junto a los
lóbulos parietal, temporal y occipital) y el de mayor tamaño, ocupando
aproximadamente un tercio de la corteza cerebral. Se encuentra situado en la parte más anterior de nuestro cerebro, justo detrás de la frente y está delimitado por las cisuras de Rolando o central y Silvio.
El lóbulo frontal juega un importante papel en la coordinación y ejecución de los movimientos voluntarios o en la articulación del habla, pero también es la sede principal de las llamadas «funciones ejecutivas» que son actividades mentales complejas, que nos permiten planificar, organizar, guiar, revisar y evaluar nuestro comportamiento para adaptarnos al entorno y alcanzar objetivos. Concretamente, la región prefrontal está especialmente implicada en la adaptación al cambio, adquisición de conductas o decisiones lógicas, memoria y funciones atencionales, así como en el control de impulsos (sueño, hambre, sed, sexualidad), comportamiento y personalidad.
Debido a su localización, extensión y amplia red de comunicación con otras regiones del encéfalo, el lóbulo frontal es especialmente vulnerable al daño cerebral. Puede verse afectado por la presencia de tumores, traumatismos craneoencefálicos, ictus, procesos infecciosos o enfermedades neurodegenerativas, dando lugar a multitud de signos y síntomas que van desde alteraciones del movimiento, cambios conductuales, déficit en la producción del lenguaje, alteraciones emocionales o cognitivas entre otros muchos.